¡Buenas noches a todos! La nostalgia nos invade el cuerpo y no hemos podido evitar derramar algunas lágrimas tras la despedida de una ciudad que ha marcado nuestras vidas para siempre.
Comenzamos la mañana visitando la Villa Borghese, donde grandes obras maestra como “Apolo y Dafne” nos deslumbraron. Fue impresionante poder disfrutar de obras que ya habíamos trabajado en clase y contemplarlas desde todos los ángulos posibles. Su majestuosidad es difícil de describir.
Casi sin habla alguna debido a lo que acabábamos de tener la oportunidad de ver, pusimos rumbo a visitar la Plaza del Pópolo. Allí, ya sabiendo que la aventura estaba llegando a su final, bailamos como nunca música italiana en un espectacular mirador, grabándonos el momento para siempre.
Seguidamente, tras probar el mejor tiramisú nuestra compañera Clara expuso frente a la Fuente de la Barcaza, situada en la Plaza de España. Tras varias sevillanas y fotos, entramos en La Trinità dei Monti y valoramos nuestras clases de francés que nos sirvieron para poder entender la misa que se estaba llevando a cabo.
Cargados de maletas y sobretodo de recuerdos, el avión partiría hasta Sevilla. Aunque siempre es agradable regresar a casa una parte de nosotros se quedó allí, en Roma.
Aprendimos que uno nunca es el mismo tras un viaje y que jamás se volverá a vivir la misma experiencia dos veces. Es por ello que hay que aprovechar cada momento al máximo. Sabemos que no podríamos haber exprimido el tiempo más de lo que lo hicimos y nos hemos hecho la promesa de regresar alguna vez. ¿Alguien se apuntaría a ello?
Nos llevamos miles de anécdotas, de aprendizajes, de experiencias y sobretodo nuevas herramientas que no tardaremos en poner en práctica.
Y como diría Jefe Seattle “llévate solo los recuerdos, deja solo tus huellas”.
¡Hasta pronto!
Lucía Amador Fernández.







